La primera vez que llegamos a Esquel veníamos de ver ballenas en Puerto Madryn. Iba con mis hijas pequeñas y aún nos duraba el encanto de esos tiernos animalitos. Pensaba que ya nada más me iba a sorprender en ese maravilloso viaje. Entrando a la ciudad, antes del atardecer, se puso a nevar. Nevó y nevó. Para uno que nunca ha vivido en la cordillera era un espectáculo de otro planeta. Estacionamos para buscar un hotel que nos cobijara durante una noche y nos pusimos a chapotear en la poca nieve que se había juntado. Maravilloso, inolvidable.
Esquel es, aparentemente, una ciudad pequeña. Tiene un centro que se extiende muchas cuadras casi sin que uno se de cuenta. De repente se encarama en los cerros y uno se pierde. Una ciudad bien hecha en el centro, se convierte en un laberinto por los cerros, además que muchas de sus calles no están pavimentadas y tampoco se han preocupado de eliminar los hoyos. O sea, una fiesta para los niños.
Esquel tiene cosas sorprendentes. En primer lugar, está La Trochita, mítico ferrocarril de trocha angosta que surca Argentina en muchos lugares, pero parece que nació en Esquel por el cariño que le tiene la gente. De repente no funciona, de repente la administra la ciudad otras veces la Provincia, de repente sus pasajes son baratos y de repente impagables. Pero es La Trochita, el “dni de la ciudad” y todos hablan bien de ella porque si hablan mal, se va a enojar y no andará más. No sé si eso sería el fin de Esquel, pero el luto duraría mucho.
También hay muchos lugares lindos, lagunas (la Zeta es otro orgullo de los esquelenses (ese es el gentilicio), ríos, el Parque Nacional Los Alerces y Piedra Parada que están a varios kilómetros pero Esquel es como el dueño, y hay una tienda en el entro que si uno ingresa , acaba de hacer un viaje al pasado porque se encuentra todo lo antiguo que Ud. puede imaginar que hay en una tienda, hasta los empleados. Yo una vez me sorprendí porque la cajera era una chiquilla joven vestida con jeans y pelo suelto. Tan sorprendido estaba que le pregunté qué hacía allí. Me sonrió y dijo “estoy haciendo un reemplazo”. Ahí me cuadró la ecuación.
Tiene muy buena gastronomía y tiene muchos lugares donde comer y otros donde ir a conversar. A algunos hay que ir con alguien que viva allí, porque quedan en las afueras o algo escondidos. La primera vez que estuvimos en Esquel, fuera de que nos tocó nieve, también conocimos un restaurant de pastas que estaba en la calle por donde se entre y sale por el norte. En un interior nos llamó la atención unos duendes. Entramos y era un lugar lleno de cosas en desuso que va dejando la gente en cualquier parte que cubrían las paredes, estantes, techo y piso. Poco lugar para las mesas, aunque era enorme. Nos sentamos y pedimos lo que queríamos comer. De repente aparece un señor que nos saludó y nos hizo algunos trucos de magia. Fue magia para nosotros. Cada vez que vamos a Esquel, aunque el mago ya no está, vamos a comer pastas.